Un día con Vero y muchos cuadernos

Hola a todos, yo soy una rúcula. Hoy Vero cumple años así que le dije que yo me encargo del post, así que acá estoy. Espero hacerlo bien.

Yo nací probablemente en una granja de procedencias para nada orgánicas porque aparecí en una ensalada apretujada en pleno microcentro, en un restaurant que se dedica a la comida rápida al paso. Mi cara daba justo contra el plástico del contenedor, y debo admitir que no me gusta para nada el tomate. Me manchó todo. En fin. Vero me eligió y ahí la conocí, porque tan pronto metió bocado yo me agarré con todas mis fuerzas del incisivo lateral y me quedé ahí por mucho, mucho, mucho, mucho tiempo. Mis cálculos son más o menos 10 días en medida rúcula, que se traduce en cinco horas humanas. Una vida, claramente.

Acá Google me sacó una foto antes de entrar a la ensalada.

En fin. Almorcé con Vero y quien entendí era “su nonna”. No sé bien qué quiere decir eso pero era una señora simpática que tenía una buena cadencia para contar historias. Me tocó escuchar una de una tal guerra de mitad de siglo. Mucho más interesante que la charla que me daba el tarado del tomate.

Vero sonríe muy seguido así que pude ver por dónde fuimos. Salimos de la Galería Güemes y caminamos por Florida hasta cruzar Rivadavia y convertir Florida en Perú. Doblamos por Av. de Mayo, volvimos a pasar otro edificio que cruza de cuadra a cuadra, salimos por una paralela a la avenida y nos metimos en un coso grande de metal que hizo ruido al encenderse. Ahí nos empezamos a mover más rápido y vi a muuucha gente, muchas cosas de metal grandes y una esquina nueva, donde Vero se despidió de su nonna y se bajó. Empezó a caminar rápido y no vi nada más hasta que pidió un frappuccino de caramel en un lugar muy verde. Ahí pude ver que el chico que la atendía se reía mucho. ¿Será porque me habrá visto colgado de polizón en su incisivo lateral? Qué bueno igual que no dijo nada, yo la estaba pasando bien, inclusive cuando sentí que la crema de esa bebida fría casi me desprende del diente. Fue duro, tuve que resistir mucho pero me mantuve firme. Mi palco es mi palco, crema, andá a buscarte otro diente. Y no volví a saber más nada del mundo hasta dos horas después…

Habíamos llegado a un taller en Once, se lo escuché decir a alguien. Subimos una escalera empinada y llegamos a una puerta abierta, donde había una chica llamada Natacha (bien Vero por saludarla), y un gran cartel que decía Cuadernos Mucho.

Es verdad. Había muchos cuadernos.  

Más que sonreír, Vero estaba en éxtasis, con la boca abierta. No sólo pude ver todo, pude escucharlo y saber que estábamos en una suerte de paraíso para mi dienteteniente. Un edén encuadernado con muchos tipos de cuadernos, de muchos tamaños, telas y estampas. Escuché que había ediciones especiales hechas con telas estampadas por Vizce, Nadine de Texturas Urbanas, Luz y Paula de Cosa Bonita, Coti de Muchatela y seguramente alguien más, pero me colgué encantada viendo los recetarios, los planificadores y la línea Hipster, la más reciente de Natacha y gran equipo…

Vero no paraba de decir que conocía el laburo de los chicos Mucho desde hace tiempo y que le daba mucha alegría conocerlos finalmente. Hablaron de que fueron pioneros en encuadernar con telas estampadas por diseñadores y artistas, y también hablaron de las decisiones que uno hace en la vida. Según escuché, Natacha era abogada recibida y prácticamente, hasta que un buen día se cansó de la profesión y encontró pasión, alegría y entusiasmo en el oficio que hoy la tiene encuadernando y gestionando sin parar. Y feliz.

Después se movieron a otro espacio con mucha pinta de taller de trabajo. Ahí Vero se dio una panzada de fotos, y lo sé porque escuchaba el click de su cámara (¡pero yo no veía nada! Claro, ¡para eso cierra la boca!).

Sé que ustedes pueden ver las fotos. Cuéntenme si es cierto, como escuché, que todo se ve muy ordenado, prolijo, y genial.

Lo que sí vi fue el Campari cuando Vero sonrió al conocer la filosofía de Cuadernos Mucho: trabajar tiene que estar bueno y Natacha se esmera en crear un espacio creativo relajado y divertido.

El Campari aporta a la misión.

Con una última imagen de un cuaderno con tela Cosa Bonita escuché que Vero se despedía de sus muy copados anfitriones, con un regalo que confirmó luego cataría (¿qué es catar?). Después de esta despedida vi poco y nada. Sólo una nueva caminata, un coso de metal gigante, un asiento y silencio. Cuando volvió la luz, la vida, el mundo exterior, volvió con Vero, frente al espejo de su baño, horrorizada porque me había encontrado ahí, tan bien afincado en mi palco, tan verde y tan grande, tan yo. Gritó palabras que me suenan como una barbaridad y me expulsó en un segundo, a fuerza de dedos y una cosa con una pasta burbujeante. Así me fui, mareado y algo borracho, por una tubería que jamás había visto en mi vida. Chau Vero, chau paseo, chau cuadernos, chau ciudad, chau sobre todo vos: ¡tomate!

Otra foto de Google.

Relato basado en una historia real y vergonzosa.

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