Con
un pie en el último fin de semana largo oficial del 2013, armamos la mochila y
nos sacamos pasaje directo, sin escala ni turbulencias, al México de Virginia Ucar. Ya conocimos su China y la pasamos tan bien que nos quedamos con ganas de
más. Pues bien, estamos de suerte, Noviembre trajo de vuelta a esta talentosa aventurera,
fotógrafa y escritora, que está lista para contarnos con lujo de detalle cómo
se vive este mes en el colorido país del Chavo…
Desde hace más de
diez años, cuando el calendario marca el inicio del mes de Noviembre, para mí,
es como si se tratara de la hora de las brujas. La primera noche del primer día
del mes de Noviembre me acuesto, deseando profundamente, que el sopor del sueño
me transforme en uno de los tantos fantasmas errantes que se dejan guiar por la
música, el perfume de las flores o la luz de las velas, y me transporte hasta
alguno de los cementerios de los pueblitos más autóctonos, perdidos en algún
rincón de México. El primer y segundo día del mes de Noviembre es el Día de los
Muertos en las tierras de Pancho Villa, y esto señores, es motivo de gran
fiesta: aquí la huesuda dama blanca poco se parece a la solemne señora que usa
luto y huele a claveles…en el país del tequila y del mezcal, la reina de los
difuntos usa vistoso sombrero con flores y hasta se ríe de su propia desgracia.
Resultado del
sincretismo religioso entre las tradiciones prehispánicas americanas y las
europeas de la época de la Conquista, el Día de los Muertos, es el día en que
las almas de los difuntos regresan a la tierra para visitar a sus seres
queridos, y la ocasión requiere todo tipo de preparativos para ayudar a los
espíritus a encontrar el camino de vuelta a casa y ofrecerles, después de tan
largo viaje, una calurosa y merecida bienvenida.
En aquellos rincones
del país, dónde la tradición aún resiste los embates de la globalización
imponiendo Haloween, los familiares de los agasajados se reúnen para limpiar y
decorar el camposanto con todo tipo ofrendas: guirnaldas de colores, incienso,
jarras con agua, frutas y maíz, velas y farolitos; las tumbas se tapizan con el
amarillo de las flores de cempazúchitl,
cuyo perfume guiará el camino de los
visitantes desde el más allá, mientras los músicos a viva voz, contribuirán con
la alegría del peregrinaje.
Durante el Día de los
Muertos los mercados explotan con ofrendas de colores para vestir los altares,
desbordan de esqueletos de juguete, calaveras de azúcar, ataúdes de chocolate
mientras los mercaderes al grito de ¡¡un
peso le cuesta, un peso le vale!! ofrecen su mejor versión del famoso pan de
muertos. En su formato redondo con huesitos, con forma de esqueleto o de
animal, y elaborado a base de yema de huevo, agua de azahar y cubierto de
azúcar, el pan de muertos, como pregona su propio refrán: “Llévate mi alma,
quítame la vida, pero de mi Pan de Muerto, ni una mordida”, constituye todo un símbolo de esta fiesta.
No puedo ser objetiva
cuando escribo sobre este país… México me conoció a mis veintipiquito, ingenua
e inexperta en materia de viajes, y me reencuentra a mis treinta y largos con
un poco más de sabiduría viajera. La Ciudad de México me recibe, después de
mucho tiempo, como lo hacen las grandes amigas: sin necesidad de explicar los
años de ausencia, o mejor dicho, los años de pausa.
Vuelvo a recorrer
abstraída las Pirámides de Teotihuacán y el Museo de Antropología, ientras
camino el largo Paseo de la Reforma que me lleva desde una punta a la
otra de la ciudad. Bordeo la Alameda Central, hago un alto en Palacio de las
Bellas Artes para después perderme entre
las angostas calles y miles de edificios patrimoniales del Centro Histórico
hasta llegar, finalmente, al corazón de esta señora ciudad: su Plaza de Armas,
también llamada Zócalo, ni más ni menos que una de las plazas más grandes del
mundo.
Me tomo un recreo del
caluroso mediodía en la fresca penumbra de la catedral Metropolitana, y me
reservo la tarde para visitar el Palacio Nacional. El día se me escapa mientras
permanezco inmóvil al pie de la escalinata central del Palacio, hipnotizada por
los murales de Diego Rivera que me obligan a revivir, al borde de las lágrimas,
la historia de este gran país.
La mañana templada en
el barrio de Coyoacán, al sur la ciudad, me devuelve al estado de letargo y
lentitud que traen los viajes sin calendario ni horarios. Dejo que el camino me
lleve a pasear sin rumbo, entre callecitas virreinales adoquinadas de fachadas
coloniales floridas y coloridas.
Entro en el enmarañado laberinto de un mercado artesanal y me pierdo esquivando vendedores de piñatas, artesanías, tejidos de mil colores, sombreros y puestos de medicina alternativa que garantizan curar todo tipo de dolencias, perder kilos y hasta recuperar el pelo.
La telaraña de
pasadizos me lleva entre decenas de puestos de venta de chiles, el olor de los
chiles secos y las especias tostadas deja el aire cargado de aroma y picor.
Entre las montañas de ajíes secos alcanzo a divisar una salida que me devuelve
al pleno día de sol, y encandilada por el reflejo, dejo que el angosto callejón
me muestre el camino que me lleva hasta la Casa Azul de Frida Kalho, lugar
dónde nació, pintó y murió la artista. Llena de recuerdos y objetos personales,
tan Alma, tan Singer, tan femenina y pintada de azul, la Casa Azul espera
paciente que vuelva su dueña a cocinar sus recetas, a colgar sus vestidos, a
despertar sus pinceles y su corazón dormido.
El colectivo
serpentea intentando dejar atrás la inmensa Ciudad de México que parece no
terminar nunca. Un par de horas después, me deja en la puerta de las ciudades
virreinales de Guanajuato y San Miguel de Allende, dos ciudades cultas y
cosmopolitas, erigidas hace más de 400 años, en base al brillo del oro, de la
plata y de la esclavitud indígena.
Me pierdo entre
calles coloridas y un sinfín de callejones angostos, hago un recreo en la plaza
central para escuchar a la orquesta de violines, trompetas, guitarras y guitarrón, entro al taller de ceramistas,
orfebres, floristas y pintores, y decido finalizar el día con una buena sopa
mexicana que me ayude a templar el cuerpo en las frescas noches de las tierras
altas.
Vuelvo a la ruta, y
esta vez los carnavales en Pátzcuaro me obligan a pintarme la cara y elegir el
disfraz. La tranquilidad de este pueblito de casas bajas y calles polvorientas
se sacude con el Festival de los Toritos: una fiesta popular de origen
religioso en la cual cada comparsa construye su gran toro danzante con cajas,
papeles de colores brillantes, adornos y flores, con la única finalidad que la
bestia de papel cautive admiradores que se unan a su manada, mientras recorre
las calles y plazas de Pátzcuaro, bailando al ritmo de sus jóvenes músicos.
El viaje de casi doce horas que me lleva a Puerto Escondido y Mazunte, al suroeste del país, no me resulta para nada placentero y apenas puedo dormir. Después de una larga noche y cientos de kilómetros, finalmente llego a destino. Estoy desorientada por la falta de sueño, por las miles de curvas y contra-curvas del camino serpenteante, por el calor húmedo que se me pega en la nuca y me gotea por la espalda. Una brisa repentina, fresca y salada, me despabila y me anuncia que el mar está cerca. La ansiedad de poner los pies en azul marino del Pacífico me dan fuerzas para caminar los últimos cientos de metros que me separan de la preciada recompensa del hogar frente a la playa con limonada helada y hamaca incluida…y ahí me quedo, aletargada y aturdida por el sonido del mar y las gaviotas, contemplando como las últimas horas del día se van surfeando el brillo metálico de las olas al atardecer, mientras el azul marino del Pacífico se vuelve cada vez más azul, a medida que se acerca la noche.
Broche
del mismo color olor de un atardecer en la ruta, con los pies descansados y el
alma colgada del sumun de la felicidad. Gracias Vir por traernos hasta acá :)
Virginia Ucar
Todas
las fotos de este post fueron tomadas por Virginia Ucar.
festivo y colorido México!
ResponderEliminarqué fotazas!
yo no entiendo cómo me costó tanto conseguir las calaveritas de souvenir, si están por todos lados!
Muero por conocer Mexico!!! Fotones todas!
ResponderEliminarBeso Verito, excelente fin de semana!
Mechi
Qué lindo cuenta todo... quiero meter mis piececitos en esas aguas yaaaaaaaaaaaaaaaaaaa jejejeje
ResponderEliminarbesos y buen finde!
qué belleza, y ese almohadoncito de la casa de Frida!! ayyyy!!!
ResponderEliminarQue lindo poder viajar y conocer lugares tan hermosos. Ojala algún día pueda hacerlo, por ahora me conformo con estas fotos divinas y lo que escribe Virginia.
ResponderEliminarUn beso grande, Rocio.
http://la-hechiceradelalma.blogspot.com
Por Moctezuma, que fotos!!!!
ResponderEliminarGracias por llevarnos a pasear un ratito...
Mexico es un enorme viaje pendiente!! divinas fotos!
ResponderEliminar:) gracias por volar con líneas alma singer! con su capitana vir no dudo que han tenido un gran viaje ;) beso enorme a todas!
ResponderEliminarque lujo!! besos linda y excelente finde :)
ResponderEliminarMe transporto a ese país maravilloso el cual tambien visite a mis veinte y al q siempre se desea volver gracias! !!!!
ResponderEliminarMarinch
Gracias Vero y compañeras de ruta!
ResponderEliminarQué lindas fotos la de Virginia! Adoré este pasaje gratis a México, gracias a ambas Vero! Dani.
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