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| Paradise
- Coldplay
La
gran belleza China se despliega ante nosotros porque un buen día, Virginia Car
puso en paréntesis su trabajo como geóloga en medio ambiente, armó la valija y
se fue con su cámara de fotos, que rogaba acción y posar su lente en la vida
misma, más allá de los confines de La Plata, su lugar de residencia.
Hoy
(y esta semana en Alma) es China, pero podría haber sido Perú, Holanda,
Sudáfrica o donde sea que la lleve el impulso. Virginia tiene lo que yo llamo
el síndrome de la valija hecha…
Viajo porque me
fascina esta idea de poner en jaque mi propio sistema de creencias, algo así
como desarmarte para volverte a inventar. Para mí viajar no siempre tiene que
ver con las distancias. Viajar es el objeto, pero el motor que me mueve es sin
dudas la búsqueda, el día que pierda el interés por seguir buscando
rincones y objetos que sorprendan,
lugares para salir, momentos para leer, destinos por descubrir, vinos para
descorchar y gente nueva para hacer más interesante mi paso por este mundo,
estaré en problemas.
Hoy
y ahora, los problemas no existen, no son ni un fantasma escondido detrás de la
puerta esperando acechar a su presa viajera. Hoy y ahora nos acomodamos en
nuestras sillas, relajamos el cuerpo y volamos al otro lado del mundo, donde
Vir nos espera para pasearnos por los
magnífica China. Nos espera su Cuento Chino…
Un
Cuento Chino
Todavía con el olor a
incienso que me envuelve y el picante de la sopa de dumplings que me
destapa la nariz intento, sin ningún éxito, terminar alguno de los tantos
informes que tengo pendientes. Es que últimamente sufro de una especie de
jet-lag cultural y emocional que me deja con la sensación de estar
permanentemente fuera de horario. Renuncio a la tarea inconclusa y me sumerjo
en las instantáneas que me trasladan otra vez al otro lado del mundo, allá
donde nació el mundo, y entonces, aprovechando este estado de somnolencia
viajera decido saldar mi escrito pendiente con Vero Mariani para contarle este
pequeño relato fotográfico: mi propio Cuento Chino.
¡¿Te vas a China y no
tenés absolutamente nada planificado de antemano?! Es la pregunta que me
hicieron, no menos de cien veces, antes de embarcar, para la cual sólo había
una respuesta: tenía un itinerario
pensado, dos compañeros de viaje estupendos, no más de 5 kilos de ropa y algo de tiempo, demasiadas buenas certezas
como para ver de qué se trataba el gigante asiático, y hacia allí partí.
Después de 33 horas
de vuelo, tres cambios de avión, y unas 24hs sin noche, llegué finalmente a
Hong Kong. La gran metrópoli al sur de la República Popular China con más
rascacielos del mundo te deja, a vos y a tu pequeño mundo, completamente fuera
de escala: todo concepto de grande, alto, moderno o vanguardista, hay que
redefinirlo en esta ciudad que crece rompiendo constantemente sus propias
reglas urbanas.
Hong Kong es cómo transportarse dentro de una escena de Blade Runner, dónde modernos edificios exageradamente iluminados y de altura incalculable, se intercomunican por medio de escaleras, pasarelas o puentes: una gran telaraña peatonal que te permiten transitar la ciudad por el subsuelo o las alturas, entrando y saliendo de centros comerciales, boutiques de lujo y joyerías sin darte cuenta, mientras por encima de tu cabeza se desarrolla la rutina de las familias, las empresas, las oficinas: la vida oculta detrás del window shopping…
Hong Kong es cómo transportarse dentro de una escena de Blade Runner, dónde modernos edificios exageradamente iluminados y de altura incalculable, se intercomunican por medio de escaleras, pasarelas o puentes: una gran telaraña peatonal que te permiten transitar la ciudad por el subsuelo o las alturas, entrando y saliendo de centros comerciales, boutiques de lujo y joyerías sin darte cuenta, mientras por encima de tu cabeza se desarrolla la rutina de las familias, las empresas, las oficinas: la vida oculta detrás del window shopping…
Caminás Hong Kong
tanto como podés, hasta que los pies acusan descanso y te subís a la línea de subte que te lleva hasta la frontera:
pasaporte, visa, chequeos obligatorios y entrás en China… se acabó el inglés,
las distancias se alargan interminablemente y te encontrás viajando en un tren
camarote comunitario que te dejará al día siguiente en Yangshuo: una pequeña
ciudad con callecitas peatonales enclavada entre altísimas montañas y arrozales
de más de mil metros de altura, y dónde los días pasan entre cuevas iluminadas,
baños de lodo, aguas termales, masajes, pescadores que adiestran a sus pájaros
para la pesca y tazones humeantes de sopas especiadas.
Dejás el pequeño
paraíso de Yangshuo y volvés a las vías, y esta vez sos más local que antes: te
llevas tu propia sopa de fideos deshidratada y tu té verde, y ya no te acordás
muy bien si la noodle soup va para la cena o para el desayuno y occidente
empieza a quedar cada vez más lejos.
Te despierta la
oficial de tren y entre señas te advierte que la próxima estación está cerca, y
así llegás a Hangzhou, una ciudad convertida en enorme jardín, dónde lavan
hasta los árboles y dónde el mejor plan del mundo es perderse pedaleando
alrededor de un lago que parece una acuarela china viviente que inspiró a
emperadores, pintores, poetas y hasta al mismo Marco Polo.
Esta vez el tren de
ultravelocidad, en tan sólo una hora, te deja en la puerta de Shanghai y
entonces experimentás la certeza indiscutible del amor a primera vista.
Shanghai, la ciudad más vanguardista y cosmopolita de China, brilla y reluce
por dónde se la mire. Sus edificios iluminados a la orilla del rio ostentan ese
aire bohemio y refinado propio de la herencia europea, mientras te perdés caminando entre paredes de flores admirando
la nueva ciudad que crece en la otra orilla desafiando su propia altura.
Hacés un recreo, te subís a un ascensor que te lleva al piso 91° del Park Hyatt y sentís la majestuosidad de tener el cielo luminoso de Shanghai a tus pies. Después volvés a la tierra, a tu mundo más austero y más real, para perderte entre los angostos callejones del barrio antiguo dónde la vida de la gente transcurre sin apuros, entre ollas que burbujean, mujeres que cocinan, motos que te esquivan y ropa secándose al sol colgada hasta en los cables de la luz.
Hacés un recreo, te subís a un ascensor que te lleva al piso 91° del Park Hyatt y sentís la majestuosidad de tener el cielo luminoso de Shanghai a tus pies. Después volvés a la tierra, a tu mundo más austero y más real, para perderte entre los angostos callejones del barrio antiguo dónde la vida de la gente transcurre sin apuros, entre ollas que burbujean, mujeres que cocinan, motos que te esquivan y ropa secándose al sol colgada hasta en los cables de la luz.
Dejás la preciosa
Shanghai, la más moderna y vanguardista, y después de dos horas de avión pisas
5000 años de historia china en la amurallada Xi’an, donde un ejército de más de
6000 soldados de tierra roja (soldados terracota de Xi’an) te recuerdan que
alguna vez ésta fue la antigua capital del país.
Y entonces volvés a
las noches de tren para despertar en la medieval Pingayo, una pequeña ciudad
amurallada y detenida en el tiempo, con sus casas bajas y techos curvos,
pagodas, castillos y túneles, y miles de farolitos que la iluminan como si
fuese una enorme escenografía china detenida en el tiempo.
Recorrés los últimos
kilómetros para llegar a la gigantesca Beijing, al corazón de la gran República
de China, y empezás a subir las interminables escaleras de la Gran Muralla
mientras los pensamientos divagan entre la armonía contenida en la enorme plaza
de Tiananmen y las innumerables y coloridas pagodas de la Ciudad Prohibida, o saltan
sin orden desde los tranquilos callejones del barrio antiguo al modernismo de
la Villa Olímpica.
El calor no da tregua y seguís subiendo lentamente, mientras repasás las miles de instantáneas capturadas a través de los miles de kilómetros de territorio recorrido. Seguís subiendo y finalmente hacés cumbre en una de las torres de vigilancia de esta maravilla arquitectónica, te tomás unos minutos para recuperar el aliento mientras el té helado te anestesia la garganta y la vista se pierde, y ahí te quedás, aturdida por el más absoluto silencio de un perfecto día de verano, disfrutando de la preciada recompensa de una postal imborrable de este viaje inolvidable, mientras la Gran Muralla serpentea esquivando montañas, y se va haciendo cada vez más chiquita, hasta que desaparece allá lejos, dónde se esconde el sol, al final del horizonte…
El calor no da tregua y seguís subiendo lentamente, mientras repasás las miles de instantáneas capturadas a través de los miles de kilómetros de territorio recorrido. Seguís subiendo y finalmente hacés cumbre en una de las torres de vigilancia de esta maravilla arquitectónica, te tomás unos minutos para recuperar el aliento mientras el té helado te anestesia la garganta y la vista se pierde, y ahí te quedás, aturdida por el más absoluto silencio de un perfecto día de verano, disfrutando de la preciada recompensa de una postal imborrable de este viaje inolvidable, mientras la Gran Muralla serpentea esquivando montañas, y se va haciendo cada vez más chiquita, hasta que desaparece allá lejos, dónde se esconde el sol, al final del horizonte…
Mis mayores respetos
a este gran país y a su magnífica gente.
Mis
mayores respetos a una ciudadana del mundo que se pone en la piel de sus
destinos, desplegando cada uno de sus secretos para volver con el alma cargada
de humanidad, belleza y aventura. Para esto vivimos, ¿no?
Virginia Ucar
vucar@hotmail.com
Todas
las fotos de este post fueron tomadas por Virginia Ucar.
Amé este post, sus magníficas fotos y la montaña rusa de emociones encerrada en este recorrido.
ResponderEliminarGracias Virginia por compartirlo!!!
Y Vero por hacer magia!!! ;)
Ahhhh China China China♥♥♥ hermoso post,en unos poquitos meses se van a cumpir 2 años de mi visita a China, y lo único que siento cada vez que veo algo de aquel país tan lejando son deseos de volver!
ResponderEliminarConocí los lugares que relata Vir y no pude evitar sentir propias muchas de las vivencias que cuenta! me acuero la mañana que Lean me propuso ir a China desp de haber visto un documental de Discovery(minetras yo dormía)no me tentó para nada, hasta que empecé a investigar un poco sobre aquel destino y no lo dudé un segundo!!!!China alla vamos!!!
INCREIBLE CHINA ES LO MAS
Volvería una y mil veces!!!!!, nos dieron visa por 30 días y te quedas cortiiiiiiisiiiimo!
amé China y me encantó leer este post!
Que genia Vir que se fue sola! Gracias por contarnoslo! y Vero por hacernolos llegar!
Besos y quiero mas post viajeroooooossssssss!!!! me trasladan desde mi sillón!!!!!!
que lindo post, que divinas las fotos!!!!!
ResponderEliminarmis hno y mi papa lo recorrieron juntos, de mochileros... tantas anecdotas donde mi hno "lo usaba" a mi viejo para entrar a algun museo.... aprovechando el respeto a los ancianos jajaja
el relato de la muralla.... que emocionante.... luego de eso mis viejos fueron juntos... cuando lo recorres, dicen, te das cuenta qué lejos estamos de todo eso nosotros.. cuanto nos falta.... que lindo!!!!!!
un beso grande, las fotos espectaculares
Bellísimas fotos y qué lindo relato, Virginia!
ResponderEliminarMe dieron ganas de conocer China!
Gracias, Vero... como siempre.
Hermoso. Ojalá algún día tenga el gusto!
ResponderEliminarchicas qué buena ondaaaaa sus aportes vir y anita! qué mágica china, qué ganas le tengo! me re copa, y gracias a todas por pasar..... nos vamos a ezeiza? jajajajaj!
ResponderEliminarbesos chicas!
Hay equipo para viajar a China!...gracias miles por viajar un rato con Vero y conmigo.
ResponderEliminarBeso!
Qué bueno que no tenías itinerario! fantástico camino! abrazos desde Méx
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