Un final entregado

El tren finalmente llegó a la estación para llevarnos a Barcelona, el último punto en nuestro mapa imaginario. Recuerdo la llegada a la ciudad y me vuelven a doler los hombros, la espalda entera, las piernas. Siento el peso de mis mochilas, los kilómetros bajo mis pies y el aire cerrado en la sofocante Barcelona Sans. Mientras miramos el mapa del subte buscando a la estación Hospital, Mr. P desliza, así como quien no quiere la cosa, la idea de tomarnos un taxi. Instantáneamente mis pulmones se llenaron de aire y alivio. Me entregué al taxi y a una ciudad que recordaba fresquita, casi cotidiana, gracias al último viaje en el 2010.

Me entregué a los 79 escalones que nos esperaban acariciándose las manitos como villanos de película, esos 79 escalones que separaban la planta baja del cómodo piso que habíamos alquilado en El Raval.

Me entregué al mapa en mano de Mr. P y a mis pies también, que buscaban rehacer el camino que dejaron marcado hace dos años.  

Me entregué a los colores de esta vibrante ciudad, tonalidades que saltan de paredes pintadas a envases plásticos llenos de frutas en La Boquería, no sin antes dejar su marca en los bancos del Parc Güell.

Me entregué a la barra de los bares y a mis ojos al momento de elegir la comida. Nuestra intuición para sentarnos un buen lugar no falló nunca (o en Barcelona en general se come espléndidamente bien, no se).

Me entregué a la Experiencia del Camp Nou (Museo y Cancha). Total, ¿qué le hace una mancha de pelota más al viaje? ¿O la pelota no se mancha?

Me entregué al Mediterráneo en Stiges, tan feliz cuando brillaba el sol y un poquitín congelado cuando se escondía detrás de las nubes. Me entregué a mi amigo acuático, que tanto me falta cuando estoy lejos. Me entregué a los abrazos milanesa de Mr. P y a mi estupidez por dejar la toalla en el departamento. Pero también me entregué al sol para secarme, y en junio mis queridos, no se toma tanto tiempo en cumplir su tarea.  

Me entregué al rencuentro con viejos amigos, lo que me llevó a comprender que en Barcelona jamás estaría sola. Barcelona se entregó a nosotros así tal cual es y nos guiñó el ojo antes de partir. Acá los espero, creí escucharle decir. Ya lo creo, podría haberle respondido yo…

Lo que todavía no creo es haber caído. Ni que me fui, ni todo lo que viví, ni todo lo que crecí. Todas las fichas están sostenidas en una red imaginaria. Algún día van a caer, lo se. Yo sólo siento un estado de paz por ahora inalterado, unas huellas de felicidad profunda en donde sea que se guarda la felicidad profunda, y unas ganas locas de pasar el resto de mi vida con Mr. P, ahí por donde nos lleve el camino. GRACIAS amor por todo.

Y gracias a ustedes por acompañarnos. Yo se que el empujón de su buena vibra es la que hoy me mantiene despierta, activa e insertada en la feliz realidad. Feliz es, porque más allá de todo viaje idílico, uno vuelve a casa y a la vida que le gusta vivir. ¿Qué más puedo pedir? Grazias grazias vida por esperarme con todo bajo control.

En fin, me quedaron un par de temitas divertidos pendientes para mostrarles del viaje. Como me retrasé un día, vamos a usar mañana viernes y el día de nuestra independencia para cerrarlo. Luego nos tocará meternos de lleno con nuevos temas, personas y lugares que tiene planeada esta Alma Singer a punto de cumplir tres años. Aaaaaaah lindo, ¡feliz segunda mitad del año a todo el mundo! ¡Y muy buen jueves!

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Y si quieren más, Barcelona On The Road 2010…

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