Alma Singer I | Oui, je t’aime

La transición del “grazie” al “merci” nunca llegó. Seguí “hablando” en italiano los tres soleados días que nos tocaron en Francia. ¿Y saben qué es lo que más me sorprendió? Que ningún local se ofendió jamás. Nunca una falta de sonrisa, nunca un “no tengo tiempo para intentar entenderte”, nunca un ninguneo por no pronunciar pain au chocolat como corresponde. Qué mala fama le hacen los parisinos a los franceses y qué bien vive la gente que habita junto al mar…

(Claro, como para vivir mal acá)

El tramo francés se puede intentar resumir en besos de sol, arena en los pies, patitas derechas agradecidas de motociclistas a los que los dejás pasar, rutas llenas de curvas (y llenas de ciclistas), postales cada dos kilómetros, ciudades más coloridas (a veces inclusive más prolijas), un sentido estético más sofisticado y cuidado, una oda a la comida y a la paz; y también podría reducir nuestros días a una alegre complicidad… a una simple y llana felicidad.

En Mónaco nos dimos el gusto de hacer dos veces el circuito de Fórmula 1 (y aprendí lo que es una chicana).

En Cannes dormimos soñando con estrellas de cine, comimos crepes, cambiamos el cornetto por la croissant y compramos macarons en el paraíso de los Macarons.

Bordeamos el mar y paramos tantas veces tuvimos ganas. Nos mojamos los pies y descansamos al sol todo lo que no descansamos en Buenos Aires para llegar acá.

Descubrimos que Saint Tropez puede ser muy exclusivo y que hasta tiene una lluvia cronometrada de humedad que mantiene frescas las verduras de un supermercado, pero igual acá la gente toma Coca Cola y almuerza tostados en un banco de plaza (¿la gente o nosotros?).

Nos llevamos la sorpresa de toparnos con Bandol, la ciudad que inspiró el nombre de mi bar favorito cerca de casa; y también la de volver a comprobar que me gustan mucho más los pueblos de gente de pueblo. ¡Bienvenidos a Sanary-Sur-Mer!

Encontramos de pedo la última habitación disponible en Cassis para pasar el viernes y también encontramos de pedo un lugar para dejar el auto sin hacer infracción. ¡Este pueblito arde!

Me enamoré de Aix-en-Provence, su mercado de sábado, sus tiendas coquetas, su gente bien vestida y sus colores para nada escatimados en fachadas viejas, libros usados a la venta, fruterías, boulangeries y mesas puestas para el almuerzo de fin de semana.

Y me enamoré un poco más, y otro poco más, y otro mucho más de Mr. P, un cumpleañero recibiendo su nuevo año en Carcassone. ¿Sabían que Disney se inspiró en el castillo medieval de esta ciudad para hacer el de la Bella Durmiente?

Finalmente encontramos el descanso que estábamos necesitando el domingo de su cumpleaños, en Perpignan. Lo que no conseguimos fue la forma de llegar a Balaguer para ver a mis amigas, pero nos conformamos con una siesta de cuatro horas. Siesta. Sí. Un domingo de calor donde se freían huevos en la vereda. Siesta. Sí. Gracias destino.

(Gracias destino también por hacernos elegir L'Arago, el restaurante donde mejor comí en Francia seguro, y rankea alto del total del viaje. Y gracias maître por la pinta de regalo).

Un poco más, un poco menos, así se consigue una simple y llana felicidad. Pero no me la voy a encanutar toda para mí solita. ¿Saben qué día es hoy? El primer martes del mes y eso quiere decir una sola cosa: ¡Sorteo de Alma! Vamos al próximo post a conocer los genialísimos premios de julio.

Más fotos del viaje