Alma Singer I | Abanico monumental

Berlín me despertó una cadena de sensaciones, una sucesión que va más o menos así: primero, Berlín me impactó, es monumental. Mo-nu-men-tal. Es orgullosamente estoica y se planta firme con sus avenidas anchas, parque infinito y edificaciones que merecen un post aparte. Me sentí el ser humano más pequeño de la existencia parada frente a casi todas sus construcciones históricas, emblemáticas y políticas. Ellas son a veces rudas y otras elegantes, a veces clásicas y otras modernas, y a veces simplemente te erizan la piel porque tienen el poder de transmitirte la vivencia del pasado. Si hacés el circuito histórico de corrido, prepárate para un día intenso.

Y si lo querés hacer realmente bien, te recomiendo que tomes el tour caminado de Terry Brewer’s Berlin Tours y su equipo. Es un pase no muy caro a anécdotas históricas, mitos revelados y datos duros que no podés dejar de saber para apreciar la verdadera fuerza de esta imponente ciudad.

La intensidad del pasado se diluye cuando aparece la Berlín expresiva, la rebelde. El arte callejero, las bicicletas, los souvenirs que se burlan del muro, las mesas en la vereda, las ferias de antigüedades a cielo abierto, los negocios de objetos retro, diseño y moda, las casas de comida étnica (y sus olores), y su gente. Su colorida, liberal y diversa gente, que dan para un especial de The Sartorialist. Es un abanico tan rico y vibrante, que se sienten como pintitas multicolores sobre un gran muro de cemento gris… (touché).

¿Conclusión? Es una ciudad para ir y volver a ir tantas veces te lleve el destino. Hay que vivirla y caminarla sin mapa y rumbo hasta que tus suelas se carcoman y sientas que no das más; será en ese punto exacto cuando te habrás dado cuenta que, de alguna manera, fuiste parte de una de las ciudades más importantes y camaleónicas del mundo.

(Ayer el post me quedó un poquitín largo. Hoy lo parto en dos, acá están los recomendados de Berlín).