El último amanecer

Son las 6:15 y estoy sentada con Robertita en el balcón porque mi cuarto sigue siendo un quilombo (y además necesito aire fresco). Muchos vecinos, no todos, siguen durmiendo y ella también, tan colorida e irritantemente compañera (hablamos de la Calesita, con mayúscula, está claro). Estoy a un poco más de dos horas de recibir a la gente de la mudanza y, si bien me quedan cabos por atar, sigo acá sentada, tomando fresco y despidiéndome de la mejor vista cotidiana que tuve en mi vida.

Lo que me fue imposible de embalar fueron las incontables cenas para inaugurar el depto con la familia y amigos; la música de Tutina y mis grititos de piedad; ir al supermercado juntas con lista para tachar; las fotos que nos sacamos con muchas amigas haciendo el tonto frente al espejo de venecitas (Flopa y el cuchillo feroz); los desayunos de domingo, con la mesa puesta y el horóscopo abierto; la victoria de los Marianis en el Trivial Persuit (y su baile vencedor); los mil kilos de sushi comprado en el Barrio Chino para celebrar que el primo suizo estaba de visita; Tutina bailando y revoleando las flores de Labandelú para un video de sorteo (bue, todos los videos de Tutina… ¡suerte para todos!); las épocas en las que Barbie se quedaba a dormir; los objetos y muebles que en casi dos años se fueron sumando a una casa para nada librada al azar; las cenas llenas de manteca e improvisadas de domingo con Tutina; los libros que leí antes de irme a dormir (y en especial aquel libro que pude disfrutar en el sillón, acostada en la posición perfecta); las variadas –y bastante buenas- recetas que experimenté para que mis amigos no tuvieran que acudir al delivery en casa; las madrugadas de invierno, con computadora abierta y posts a flor de piel; la ropa colgada en el balcón; los cielos de Jaramillo, uno más impactante que el otro; la luna redonda, grande, chica, diezmada, brillante, opaca, cercana y lejana; las siestas al sol en mi propia cama; la música al taco con sus respectivos bailes en todos los ambientes; las pizzas bomba de Punto Obligado; los desayunos relajados con nuevas amigas de la esfera virtual; el almuerzo con las chicas 2.0 cargado de tartas, galletitas, bagel con salmón y limonada con menta; el primer regreso a ESTA casa después de tres semanas de viaje; las veces que Pablo, el portero, resolvió catástrofes domésticas con su sonrisa amable… ¿sigo? Imposible. Imposible de embalar casi un año y medio de convivencia feliz y unas monedas de tiempos un poco más amargos (es la vida, ¿qué le vas a hacer?).

Fue el primer paso fuera de “casa” en la vida real, acá, en Buenos Aires. Fue la mejor forma de conocer que es posible, divertido, inspirador y sumamente forjador de carácter. Fue feliz y fue a pleno, como a mí me gustan las cosas. ¿Y qué me queda por intentar embalar? El enorme GRACIAS que siento, el GRACIAS a Tutina por haberme dado lugar en su casa y haberme ayudado a crecer un toque más; y el GRACIAS a Jaramillo por haberme hecho sentir en casa.

Embalé los Kleenex la piiiiiiiiiiiiii madre… ¡muchas gracias por haberme ayudado a embalar con sus aportes! ¡Muy buen fin de semana para todos!