Vol 01 l Paleta de sensaciones

Cuando el capitán prendió la luz de abrocharse los cinturones para aterrizar en Málaga, a mí se me prendió la lamparita: el último aeropuerto español que pisé hace cinco años fue este. Me dio la despedida allá entonces (con besos, abrazos torpes, lágrimas en el baño and the whole 9 yards) y ahora me recibe como si no hubiera pasado el tiempo. En vez de Nacho, encuentro a la Tía Ele radiante y con la mejor bienvenida posible. Mi adrenalina ya estaba a pleno. Intuyo que no me dejará en paz en tres semanas. Qué requete buenísimo.

Mi idea no es hacer un relato de viaje día a día sino compartirles momentos, impresiones y, si es posible, sensaciones que se desenvuelven a medida que sumo pasos perezosos en las calles de mis destinos o kilómetros aéreos. Algo así como compartirles la felicidad de reencontrarme con gente que adoro y la alegría de redescubrir lugares desde otra perspectiva: el relajo absoluto.

Arranquemos entonces con Nerja y su balcón de Europa, con los tintos de verano como testigos de confesiones de primavera (un tantín fresquita y nublada para mi gusto), con Marbella y su orgullo daliesco, con Puerto Banús y sus tiendas caras porteñas, yates impresionantes y horda de guiris blondos, con tardes de películas, fiaca sin culpa y cenas caseras para alquilar balcones, y con una Málaga amable, florida, hermosa y generosa, que nos dio sol con las tapas del Pimpi y vació su aguatero mientras probábamos la segunda ronda en un lugar cuyo nombre no recuerdo pero que mi paladar sigue agradeciendo.

Les cierro el cuento con los paisajes de la Tía Ele, la mejor terapia antiestrés en este mundo. Un lujo realmente, de esos que no te pasan facturas.