Alma Singer II | Alma Ying

No uso uno ni dos ni tres talles menos de lo que debería. No uso más que el que me corresponde y, a veces, hasta más grande. No me arrastro sentada por el piso. No juego al rugby en mis recreos de laburo. No lucho en lodo contra tres marineros rusos con mi ropa puesta. No fui atacada por siete enanos cuya técnica de ataque es colgarse de los pantalones. No me quise hacer la canchera arriba de un parlante en Caix junior colgando mis dedos de los tirantes de mis chupines. No pasé por al lado de un imán gigante que haya succionado cualquier accesorio metálico que tuviera mi ropa. No tuve ningún ataque rabioso de cistitis que me llevó a arrancarme botones para ir al baño más rápido.

No entiendo porqué se me salen los botones de mis TRES pantalones de Ayres. No entiendo porque tengo que perder tiempo cosiendo MAL y BRUTO los botones que con suerte encuentro. No entiendo porqué tengo que dejar de usar un pantalón divino pero ridículamente caro porque ya perdí suficientes e irremplazables botones. No entiendo como el último regalo que me trajo Papa Noel fue usado sólo DOS VECES y en esas DOS VECES PERDIÓ un botón y casi un segundo, que está ahí, esperando a que mire para el otro lado para zafarse.

No entiendo porqué otra vez se me ocurrió creer en la calidad de la marca y pensar “¿para qué guardar el ticket de cambio si no voy a tener problemas con ESTE pantalón?”. No entiendo porqué no se me ocurrió sacar fotos del pantalón camel, cuyo bolsillo se descosió descaradamente, ni de las remeras que se hicieron pelusa en menos de cuatro meses. No entiendo porque se me pasó decirle a mi mamá que hace dos temporadas le hice la cruz a Ayres y que ni entro a mirar las colecciones porque no quiero su ropa cara MAL HECHA. Pobre vieja.

Yo no compro más en Ayres.